Reflexión tomada de CARMELO.
Etsi hómines fallétis, Deum tamen fallére non potéritis [Aunque engañaréis a los hombres, no podréis engañar a Dios] (Paráfrasis de San Agustín)
A diario escuchamos por los medios acerca de la tragedia que viven miles de “desplazados” en tantas partes y a causa de tantas guerras regionales: en Palestina, en Siria, en Irak, en Ucrania, en África, etc. Sin duda es una dolorosa realidad que afecta a tantas personas en el mundo, forzadas a dejar sus hogares ante el avance de los ocupantes e invasores. Con todo, pocos, muy pocos, han reparado en una categoría de desplazados que no hace noticia, porque ellos no aparecen en los medios; aunque es, ciertamente, una dolorosísima realidad.
En efecto, se trata del conjunto de los católicos que, manteniéndose firmes en la Fe y fieles a la Tradición Apostólica, resisten día a día a los ilegítimos ocupantes de los “loci cathólici” que, a partir de la muerte de Pío XII, han expropiado nuestros lugares santos, haciéndose llamar, abusivamente, “católicos” [«Yo seré el último Papa que mantendrá todo como es ahora», fue la predicción de Pío XII, confirmada por Yves Congar].
Se trata del Novus Ordo, la nueva religión (secta), cuyos promotores, por décadas, vinieron fraguando la demolición de la santa religión católica, así como de la Santa Iglesia [«La Muralla China (entre la Iglesia y el mundo, n.d.r.) está siendo demolida hoy» H. U. von Balthasar, «Abatid los bastiones»] para implantar en ella, vejándola con odioso oprobio, su nuevo culto, su nueva doctrina, nueva moral y nueva disciplina [«Debemos sacudir el polvo imperial que se ha acumulado en el trono de Pedro desde el tiempo de Constantino», sentencia pronunciada por el ¿santo? Juan XXIII poco después de haber convocado su Concili-ábulo»; «Al concluir el concilio ¿Volverá todo a ser como antes? Las apariencias y los hábitos dirían “sí”. El espíritu del concilio responderá “no”», programa revolucionario de Pablo VI en su Discurso del 6 de Diciembre, 1965].
Los legítimos hijos de la Esposa sin mancha y sin arruga, sufren ya por algo más de cinco décadas de desgarrador dolor, incomparable, con relación a las graves afrentas sufridas a lo largo de la historia de la salvación a manos de tantos enemigos declarados o encubiertos. No, nuestro dolor actual no tiene parangón. Hemos sido desplazados de nuestras capillas, de nuestras parroquias, de nuestras catedrales, de nuestras basílicas, de las Sedes Episcopales, de la Santa Sede del bienaventurado Pedro, por el enemigo, por los precursores del Anticristo, del hijo de perdición, que ríe su asalto triunfal, aunque no final [«El concilio es el 1789 en la Iglesia», «cardenal» Leo J. Suenens. Con el concilio la Iglesia «haría su Revolución de Octubre pacíficamente», «cardenal» Yves Congar. La Iglesia, por medio de «una revolución dentro del orden cambió su curso de manera extraordinaria», Hans Küng (perito del Concili-ábulo)]. En el intertanto los católicos nos encontramos privados del sacerdocio, del culto, del Santo Sacrificio, de los sacramentos, de los canales habituales de la Gracia; aunque no de la Fe ni de la sana doctrina, y miramos con aflicción de desplazados hacia nuestros edificios, actualmente ocupados por la secta del Novus Ordo. «El concilio Vaticano II marcó el fin de una época o, más aún, de muchas épocas… produjo el término de la era Constantiniana, de la era de la Cristiandad… de la era de la Contra-Reforma y de la era del Concilio Vaticano I… marca un punto de inflexión en la Historia de la Iglesia», «cardenal» Suenens, moderador del concili-ábulo; «El Vaticano II representa, en sus características fundamentales… un giro en 180 grados… Es una nueva Iglesia la que ha surgido del Concilio Vaticano II (el subrayado es mío)», Hans Küng, perito del concili-ábulo. Con estas acotadas citas, entre tantísimas y tantísimas, vomitadas por el odio de los agentes directos e indirectos de todo rango (desde «papas» post-conciliares hasta clérigos ordinarios), es claro que la intención era, y es todavía (puesto que este proceso es continuo y lo peor, quizá, esté por venir) la destrucción de la Iglesia Católica, la aniquilación de su carácter militante y sagrado, de su divina constitución monárquica, así como la ocupación de sus instalaciones y edificios por el Novus Ordo, para dar lugar a una nueva «iglesia», la iglesia de la religión de cuño humanístico-naturalística-evolutiva-gnóstica-subjetivista-protestantizada-librepensadora-ecuménica, en síntesis, la «iglesia conciliar», tal como la designó, oficialmente, «monseñor» Giovanni Benelli, sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano, el 25 de junio de 1976, en la carta que le dirigió, en nombre del mismísimo Pablo VI [por lo que, oficialmente, podemos utilizar esta denominación para referirnos a la «iglesia» del Vaticano II] a Mons. Lefebvre.
¡Y, sí; ni más ni menos! Hemos sido desalojados desde nuestra Casa por esta gente. 1) Ni más, porque por mucho que pretendan lo contrario, por divina institución, la Iglesia Católica es indefectible: «enseñándoles que guarden todas las cosas (la Fe y el Depósito) que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los siglos (subrayados y paréntesis míos)» (Mt 28, 20); por lo tanto la Iglesia es indestructible y se mantendrá inmutable hasta el fin de la historia. 2) Ni menos, porque no es menos la espantosa medida del odio y de los embates conciliaristas en connivencia con los consabidos enemigos externos. Muchos luctuosos acontecimientos históricos han causado, ciertamente, la pérdida de miles y millones de seres humanos a lo largo de la historia; sin embargo la magnitud de la pérdida de millones y millones de almas humanas por la propaganda de la total apostasía, por causa del fraude del Novus Ordo, no tiene parangón en la historia de la humanidad; es, definitivamente, un crimen que clama al cielo: sin la Fe es imposible la consecución de nuestro último fin –la Vísio Beatífica de Dios en el Paraíso por medio del Lumen Glóriæ– pues «sin la fe es imposible agradar a Dios» (Hb. 11,6). La Iglesia Católica, por las promesas divinas, no ha desaparecido, está y seguirá estando; reducida y arrinconada, sí; pero está inmutable e indefectible; relegada a la precariedad física en estos momentos sí, pero siempre gloriosa en su majestad y pureza y divinamente asistida; quien quiera encontrarla, por causa de la necesidad de los auxilios de la Gracia y de los sacramentos en esta vida militante, ha de buscarla, porque no está fácilmente visible, pero con seguridad la encontrará, aunque reducida a un “púsillus grex”, apacentada por verdaderos pastores, ofreciendo a Dios sin cesar desde donde sale el sol hasta el ocaso la Oblátio Munda que es la Misa del Sacrificio Eterno; no la repugnante y sacrílega «misa ecuménica», pantomima protestantizada que el Novus Ordo hace llamar «la Cena del Señor», definida así oficialmente en el N. 7 de la Instrucción General del Misal Romano promulgado por Pablo VI, de modo que, en la «iglesia conciliar» oficialmente NO se celebra la Misa, sino la «Cena del Señor».
Ya transcurridos casi 50 dolorosos años desde la clausura del concili-ábulo, aparte de todo tipo de chocantes abusos y excesos ¿Qué otros frutos podemos observar? Basta con escuchar las mismísimas palabras del ¿beato? Pablo VI que, junto al ¿santo? Juan XXIII fueron prominentes gestores de esta asamblea revolucionaria, palabras que reflejan el resultado inmediato de esta defección, de crudo realismo, aplicables a nuestros días:
«A través de algunas grietas el humo de Satanás ha entrado en el templo de Dios. Hay la duda, incertidumbre, un conjunto de problemas, inquietud, insatisfacción, confrontación. La Iglesia ya no es confiable… La duda ha entrado en nuestras conciencias, y lo ha hecho a través de las ventanas que debieran estar abiertas a la luz. En vez de la ciencia, cuyo propósito es ofrecernos verdades que no nos distancien de Dios, sino que nos lleven a buscarlo más diligentemente y a glorificarlo más intensamente, ha llegado en su lugar el criticismo, la duda… Se creyó que, después del Concilio, llegaría un soleado día en la Historia de la Iglesia. Pero, por el contrario, llegó un día lleno de nubes, tempestad, oscuridad, cuestionamientos, incertidumbre. Hemos predicado el ecumenismo y nos hemos distanciado cada vez más entre nosotros mismos. Hemos logrado cavar abismos en vez de allanarlos» (Pablo VI, Alocución Resístite fortes in fide, 29 de Junio, 1972).
Don Jean-Luc Lafitte dice que la historia de la Revolución no es sino la historia de la de-catolicización del mundo, a lo cual ha cooperado con gran virulencia el espíritu revolucionario del Novus Ordo del Vaticano II, promoviendo la libertad religiosa (libertad revolucionaria), la colegialidad (igualdad revolucionaria) y el indiferentismo religioso mediante el ecumenismo (la fraternidad revolucionaria de 1879; cfr. supra, Cardenal Leo Suenens).
Sí, los católicos hemos sido desplazados de nuestros santos lugares; y nos encontramos sobreviviendo casi a la intemperie, mientras los usurpadores tratan de profanar, denigrar, mancillar y deformar el esplendor del rostro de la Esposa fiel bajada del cielo después de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; pero es en vano, pues «…la Gloria de Dios la ilumina y su antorcha es el Cordero» (Apoc. 21, 23b).
En fin, para cerrar esta entrada usaré, finalmente, la proclamación de Pablo VI, paradojalmente, pero ahora con pleno sentido católico: «RESISTITE FORTES IN FIDE» pues, por misterioso pero conveniente designio divino, este es el tiempo de la tribulación y de la virtud.
Ora pro nobis Sancta Dei Genetrix, ut digni efficiamur promissionibus Christi!
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