lunes, 4 de diciembre de 2023

SAN MARUTA DE MARTIRÓPOLIS

El santo prelado Maruta (en siríaco ܡܰܪܘܬܶܐ, “Mensajero de Dios”) fue un ilustre Padre de la Iglesia siria de fines del siglo IV. Era obispo de Mayperqat/ܕܡܺܝܦܰܪܩܰܛ, que se encuentra entre el Tigris y el Lago Van (actual Silvan, Turquía). El santo reunió las “actas” de los mártires que sufrieron ahí durante la persecución de Sapor, y trasladó a su diócesis tal cantidad de reliquias, que la ciudad episcopal acabó por llamarse Martirópolis. Todavía conserva ese nombre y es una sede titular. San Marutas escribió varios himnos en honor de los mártires, los cuales suelen cantarse en los oficios en los que se emplea la lengua siria. Estuvo presente en el I Concilio de Constantinopla, y en un concilio en Side de Panfilia donde se condenó la herejía mesaliana.
  
El año 399, Yezdigerdo ascendió al trono de Persia. San Marutas fue entonces a Constantinopla a suplicar al emperador Arcadio que defendiese a los cristianos ante el nuevo monarca. La corte estaba entonces muy ocupada con el asunto de San Juan Crisóstomo. San Marutas estaba tan gordo que cuando pisó accidentalmente a Cirino de Calcedonia, en una reunión de obispos, le arrancó la piel del pie. La herida se gangrenó, y murió a consecuencias de ello. En una carta que San Juan Crisóstomo escribió a Santa Olimpia, desde el destierro, le cuenta que había escrito dos veces a San Marutas y le ruega que vaya a visitarlo en su nombre: «Necesito de su ayuda en los asuntos persas. Tratad de averiguar si ha tenido éxito en su misión. Si tiene miedo de escribirme personalmente, decidle que os cuente a vos lo sucedido. No retardéis un solo día vuestra visita».
   
Cuando fue a la corte de Persia como embajador de Teodosio el joven, San Marutas hizo cuanto pudo por conseguir que el rey Yezdigerdo (en persa medio 𐭩𐭦𐭣𐭪𐭥𐭲𐭩, literal “Creación de Dios”) se mostrase benévolo con los cristianos. El historiador Sócrates dice que, gracias a sus conocimientos de medicina, el santo curó a Yezdigerdo de unas violentas jaquecas; desde entonces, el rey le llamó «el amigo de Dios». Los mazdeístas, temerosos de que el rey se convirtiese al cristianismo, recurrieron a un truco. En efecto, escondieron a un hombre debajo del piso del templo. Cuando el monarca fue ahí a orar, el hombre gritó: «Arrojad de este lugar santo a quien ha cometido el sacrilegio de prestar fe a un sacerdote cristiano». Yezdigerdo decidió expulsar a Marutas de su reino. Pero el santo le persuadió de que fuese otra vez al templo y mandase levantar el piso para descubrir al impostor. Así lo hizo Yezdigerdo, y el resultado de ello fue que descubierto el impostor, dio a Marutas permiso de construir iglesias en donde quisiera. Como quiera que fuese, Yezdigerdo favoreció ciertamente a San Marutas y, gracias a esa ayuda, éste se dedicó a restablecer el orden entre los cristianos persas, por medio de dos sínodos en Seleucia/Ctesifón. Uno de ellos, el del 410, adhirió a las decisiones del Concilio de Nicea y promulgó un símbolo de fe reconociendo que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (en siríaco ܗܽܘ ܕ݁ܡܶܢ ܐܰܒ݂ܳܐ ܘܒ݂ܺܪܳܐ/hawa dmen Aba waBra «es del Padre y del Hijo»), la cláusula Filióque tan rechazada por los griegos.
   
La obra de organización de San Marutas duró hasta la invasión árabe del siglo VII, pero la esperanza de los cristianos (y el temor de los mazdeístas) de que Yezdigerdo I se convirtiese en “el Constantino de Persia” no llegó a realizarse porque la obra de pacificación llevada a cabo por San Marutas fue destruida por la violencia de San Abdas, obispo de Susa, quien al negarse a reconstruir a expensas de la diócesis un pireo (altar de fuego zoroástrico) destruido por un sacerdote cristiano en Hormizd-Ardashir provocó una nueva persecución al final del reinado de Yezdigerdo, en la cual Abdas fue martirizado. Probablemente para entonces, San Marutas ya había muerto puesto que falleció antes que Yezdigerdo, quien murió asesinado el año 420. El Martirologio Romano dice que San Marutas fue «famoso por sus milagros y se ganó el respeto aun de sus adversarios». Se le considera como el principal de los doctores sirios, después de San Efrén, a causa de los escritos que se le atribuyen, como las Actas de los Mártires persas, varios himnos, y una anáfora (canon de la Misa).

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