lunes, 11 de diciembre de 2023

EL MATRIMONIO ES INDISOLUBLE, AUN CUANDO SE ROMPA LA CONVIVENCIA

«Lo que Dios unió de diversas maneras, el hombre no tiene derecho a desunirlo y separarlo. No tiene derecho una tercera persona a irrumpir en el santuario familiar y destrozarlo; ni los propios esposos tienen derecho de disolver el matrimonio ni por acuerdo mutuo ni por decisión unilateral.
      
Claramente nos damos cuenta, por las palabras citadas del Señor, que Él quería asentar un criterio y una norma exigente al sentir relajado de la Antigua Alianza. De las palabras citadas y de otras enseñanzas de Jesucristo (Mt 5, 31-32), la Iglesia ha establecido este criterio fundamental, según el cual el matrimonio válido y consumado no puede ser disuelto.
       
“Pero —acaso me objete alguno— Jesucristo no quería ser tan excesivamente riguroso. De sus palabras parece desprenderse que en el caso más grave, en el caso de infringirse la fidelidad conyugal, también Él permite el divorcio. Y muchas sectas lo interpretan así. La Iglesia es la única que no ceja en su sentir riguroso”.
       
No ceja, porque… no es posible. Porque es completamente cierto que Jesucristo no quiso permitir, ni siquiera en este caso, un nuevo matrimonio.
       
Se deduce de las palabras que el mismo Jesucristo pronunció en otra ocasión: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10, 11-12). En este pasaje el Señor ya no hace excepción alguna. Cualquiera que haya sido el motivo del repudio —aunque haya sido por infidelidad— nadie puede casarse con la repudiada.
       
Debido al terrible pecado del adulterio, es lícito repudiar a la esposa culpable, romper la comunidad de vida —es lo que llamamos “separación de vivienda y lecho”, o “divorcio no vincular”—, pero no cesa después de la separación la validez de los lazos matrimoniales ni es lícito contraer segundas nupcias. Cesa la obligación de vivir juntos, pero no la validez del matrimonio. Naturalmente, todo cuanto el Señor dice respecto de la esposa culpable ha de extenderse también al esposo que cometa la misma injusticia.
       
Que realmente hayan de interpretarse así las palabras del Señor, lo demuestra también el asombro, diríamos el escándalo de los discípulos. Porque ellos contestan: “Si tal es la condición del hombre respecto a su mujer, no tiene cuenta el casarse” (Mt 19, 10). Es decir, si la infidelidad únicamente es motivo de repudio, pero no autoriza celebrar segundas nupcias, más vale no lanzarse a empresa tan peligrosa. De modo que los apóstoles interpretaron las palabras del Señor en el sentido de que no es lícito contraer nuevo matrimonio ni quisiera en caso de infidelidad».
            
Mons. TIHAMÉR TÓTH, El matrimonio cristiano.

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